24.3.12

Reportaje El Cómic Mexicano

Anteriormente escribí sobre la revista Mexicanisimo número 29, ahora subo el reportaje completo, publicado ahí por la escritora, historiadora, comunicóloga y profesora Eunice Hernández.

 
Entre moneros e historietistas

Eunice Hernández

Contar historias, encapsular las vivencias en imágenes, es un impulso que casi todas las sociedades han saciado desde el inicio de la civilización. Pero, hacerlo a través de viñetas, de onomatopeyas, de breves textos lingüísticos, de personajes entrañables y de una sucesión de imágenes que narran sentimientos y acciones es una forma muy peculiar de realizarlo, propio de la sociedad industrial.

El origen del cómic o historieta es difuso ya que surge de diversas tradiciones: en Europa, su nacimiento está relacionado con la experimentación que realizaron dibujantes y humoristas de la Ilustración, como el ginebrino Rodolphe Töpffer, quien frecuentemente es señalado como el “padre” de la historieta moderna, así como por la influencia de las Aleluyas o estampillas religiosas, utilizadas para instruir a la población, las cuales consistían en grabados, dispuestos en serie, con textos al pie de las imágenes.

Por otro lado, en Estados Unidos, el cómic es hijo del periodismo moderno. Emerge de la necesidad de captar nuevos públicos y de la intensa lucha que, a finales del siglo XIX, entablaron los dos grandes magnates de la prensa norteamericana: Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst, quien –empujado por el interés de incrementar la ventas a través de los suplementos ilustrados– convocó a un nuevo equipo de ilustradores, entre ellos Richard Outcault, el principal dibujante del periódico de la competencia y creador de Yellow Kid, la primera tira cómica en convertirse en un producto de consumo masivo –de la cual surgiría el término amarillista–, la cual, además de ser una de las primeras publicaciones a color, ya contaba con los elementos característicos del cómic que reconoce el teórico Román Gubern, tales como secuencia de imágenes para relatar una historia, permanencia de un personaje central e integración del texto a la imagen, generalmente en forma de globos.

En los años siguientes, el cómic norteamericano se fue desarrollando hasta que, a finales de la década de los treinta, aparece un hito en la historia del entretenimiento del siglo XX: el establecimiento de la editorial DC Comics y la publicación de Superman, uno de los íconos más emblemáticos de la sociedad norteamericana.

De este modo, el cómic, entendido como historietas sobre superhéroes, estaba listo para conquistar la mentalidad colectiva, triunfo que con el tiempo se convertiría en un esteriotipo del cual, el cómic del siglo XXI se necesita librar para seguir evolucionando, ya que –como señala el escritor y narrador gráfico Bernardo Fernández, “Bef”– “los cómics no son una estética concreta, sino una forma de contar historias, que pueden tomar muchas vertientes, como el cine”.

De ahí, la importancia de entender al cómic no como un género, limitado a ciertos temas, estéticas o públicos, sino como un medio de comunicación en el que el texto y la imagen se encuentran para ampliar las posibilidades de la narración gráfica.

Caricatura de Eduardo Soto. Homenaje a José Guadalupe Posada. Aparecen Frida Kahlo, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Rogelio Naranjo, Rius, Helio Flores, Magú y Borola Tacuche, personaje de Gabriel Vargas.

De Don Chepito Marihuano a los charros suburbanos

Desde la época de la Nueva España, la imagen ha jugado un papel trascendental en nuestro país. Por ejemplo, el efecto narrativo de las estampillas religiosas contribuyó a la evangelización y, posteriormente, cuando la prensa llegó hacia 1850, la caricatura socio-política acompañó el devenir del México independiente.

Si bien la industria del cómic mexicano floreció hasta entrado el siglo XX, sus antecedentes los podemos ubicar en algunas historietas de José Guadalupe Posada, magno exponente de la gráfica popular mexicana, como La Patria Ilustrada, El Diablo Bromista y, en especial, en las historias de Don Chepito Marihuano, así como en la obra de Juan Bautista Urrutia, catalogado como el primer historietista profesional de México (y a la vez, heredero de la tradición gráfica de Posada), quien, al ser contratado por la fábrica de cigarros y cervezas El Buen Tono, realizó en sus historietas de corte publicitario una apología, alegre y colorida, al buen vivir de la sociedad mexicana.

No obstante, con la Revolución en puerta, el desarrollo de este tipo de narración gráfica sustentada en el humor se paralizó para dar paso a los pasquines revolucionarios hasta que, al finalizar la contienda, los periódicos mexicanos empezaron a importar tiras cómicas originarias de Estados Unidos –Mutt y Jeff de Bud Fisher, El Capitán y los Cebollitas de Rudolph Dirks o Educando a papá de George McManus– con tal éxito que la necesidad de invertir en una industria propiamente mexicana del cómic se hizo inminente.

De este modo, hacia 1921, el guionista Carlos Fernández Benedicto –también conocido por su pseudónimo “Hipólito Zendejas”– y el dibujante Salvador Pruneda publicaron Don Caterino y su apreciable familia, en el suplemento dominical de El Heraldo, una historieta que plasma la transición del México rural al urbano al narrar las aventuras de Don Caterino, un charro nacido en Silao, que emigra junto a su familia a la “gran capital”.

Parodia y espejo de las transformaciones del México moderno, esta historieta inaugura la temática de charros –continuada por excelentes caricaturistas como Hugo Tilghmann con Mamerto y sus conciencias, publicada en el suplemento de El Universal–, la cual está conformada por historietas que rescatan la idiosincrasia y el lenguaje popular, pero enfrentando la picardía del mexicano contra el escenario cosmopolita y urbano que ya se respiraba en la ciudad.

Por otro lado, historietas como El Malora Chachamotas de Fernando Leal o Chupamirto de Jesús Acosta, se basan en personajes del pueblo, en “pícaros urbanos populares –como señala Rafael Barajas “El Fisgón” en su artículo Entre cómicos de barriada, tragediones y superhéroes tercermundistas– que pueden ser vistos como el antecedente directo del cómico Cantinflas”.

Historietas humorísticas creadas para el entretenimiento familiar, los primeros cómics mexicanos plasman –como concluye “El Fisgón”– “las contradicciones y aspiraciones de una sociedad nacionalista que anhela el progreso y la modernidad; que oscilan entre la imitación del modelo norteamericano, del american way of life y un nacionalismo popular extremo, muy marcado por el movimiento revolucionario mexicano”.

Los años dorados: de La Familia Burrón a Kalimán

Las décadas de los treinta, cuarenta y cincuenta forjaron la época dorada del cómic mexicano, así que siguiendo los pasos de su homólogo estadounidense, las historietas mexicanas salieron de los periódicos y, en 1934, se publicó el primer libro de cómics titulado Paquín con gran éxito comercial.

Las “revistas de monitos”, como se les llamó en aquel período, estaban destinadas a jugar un papel fundamental en los hábitos culturales de la sociedad mexicana, lo que permitió que obras como La Familia Burrón de Gabriel Vargas se consolidaran como referentes culturales de más de una generación.

Con un estilo propio y una aguda sensibilidad para abordar el drama familiar, La Familia Burrón es un universo de personajes entrañables como Doña Borola Tacuche y Regino Burrón que recrean los sueños, alegrías y frustraciones de las clases populares mexicanas.

A través de sus más de sesenta años de publicación ininterrumpida, esta historieta que sucede en el célebre Callejón del Cuajo número chorrocientos chochenta y chocho inmortalizó la vida cotidiana de la vecindad, un espacio público donde el chisme, la solidaridad, el secreto a voces, la fiesta y las aventuras (o desventuras) diarias se resuelven gracias a la sinergia de la comunidad.

Asimismo, sobresale Los Supersabios de Germán Butze, una de las historietas predilectas de los amantes del cómic, publicada hacia 1938. Situada en el género de la ciencia ficción y protagonizada por los jóvenes científicos Paco y Pepe, así como por su inseparable amigo Panza, Los Supersabios es una historieta entretenida, pero también –en palabras del investigador Armando Bartra– “caladora, porque tras la narrativa de evasión hay un venenoso retrato de familia con opresivo paisaje social. Sin las escapadas rocambolescas con Paco y Pepe, la vida de Panza Piñón con su madre y su abuelo sería un infierno insoportable”.

De esta manera, con una población cada año más alfabetizada, el fenómeno del cómic mexicano creció considerablemente. En 1945, se sumó al panorama nacional Memín Pinguín, una historieta creada por Yolanda Vargas Dulché –también fundadora de Editorial Vid– y por el dibujante Sixto Valencia, la cual cincuenta años más tarde ocasionaría una ardiente polémica entre el gobierno mexicano y el estadounidense, que acusó a la tira cómica de racismo, ante la perplejidad de los seguidores de las aventuras del simpático y bribón “negrito”.

En los años sesenta, el superhéroe Kalimán, creado por Rafael Cutberto y Modesto Vázquez, saltó de la radio a la tira cómica para conquistar el tiempo libre de miles de mexicanos. Actualmente, la empresa Super Héroe, capitaneada por Santiago Barreiro, Pablo Guisa, Edgar David Aguilera y Milton Woch, “amenaza” con traer de vuelta muy pronto al superhéroe de la dinastía de la diosa Kali.

Finalmente, entre 1962 y 1963 se publicaron 19 números de Chanoc, Aventuras de mar y selva, una historiera creada por el veracruzano Ángel Mora que se convertiría en otro clásico de las tiras cómicas.

Cómic político: las lecciones de Quezada y Rius

Aunque la caricatura se convirtió, desde el siglo XIX, en un medio idóneo para transpirar los sinsabores de la vida política, la producción de cómics o historietas de corte político no se consolidó en México hasta entrado el siglo XX, primero con la obra del gran caricaturista Abel Quezada y, posteriormente, con Eduardo del Río, conocido por todos como Rius.

Con un humor inteligente y puntilloso, Abel Quezada ha sido uno de los caricaturistas más importantes de México, quien, a través de sus cartones publicados en los periódicos Excélsior y Novedades, realizó una crítica aguda al sistema y al priísmo de la época. Premio Nacional de Periodismo en 1980, Quezada comenzó su célebre trayectoria como dibujante de las historietas Máximo Tops e Ídolo Rojo que aparecían en la revista Chamaco Chico, la versión de bolsillo de Chamaco, donde grandes caricaturista de la época –Gabriel Vargas, Germán Butze, Sealtiel Alatriste Batalla, Sixto Valencia, entre muchos otros– publicaron sus célebres historietas.

Cronista y crítico mordaz, Quezada es autor de personajes que han devenido en íconos de la realidad política mexicana, como el nuevo rico Gastón Billetes, el Charro Matías que refleja el estilo melodramático del político mexicano y, en especial, El Tapado, un burócrata encapuchado que parodia el juego de la sucesión presidencial y que, en su momento, predijo quién iba a ser el sucesor de Ruiz Cortinez, pues de todos los posibles candidatos, López Mateos era el único que fumaba, como lo presagiaba el personaje de El Tapado.

Si bien Abel Quezada fue –en palabras de Carlos Monsiváis– “un novelista en el país de los cartones”, el encargado de consolidar el cómic político en México como medio de denuncia y catarsis ha sido Rius, quien desde joven abandonó su fugaz trayectoria como empleado de una agencia funeraria para dedicarse a confrontar los abusos del poder a través de sus caricaturas, publicadas en diversos medios, desde revistas y periódicos.

Como Proceso, Siempre!, La Jornada y El Universal hasta en libros de toda clase: Osama Tío Sam; La Iglesia y otros cuentos; El católico preguntón; La trukulenta historia del kapitalismo; Cómo acabar con el país; Hitler para masoquistas; Horóscopos, tarot y otras tomadas de pelo; El amor en los tiempos del sida; ¿Sería católico Jesucristo?; ¿Quién diablos fue Quetzalcóatl?; 500 años fregados pero cristianos; Lástima de Cuba: el grandioso fracaso de los Hnos. Castro; y El mundo del fin del mundo, son algunos de los títulos que sugieren la amplia variedad de temas que Rius ha abordado en sus casi sesenta años de aventura periodística.

No obstante, el boleto de entrada para comprender el universo de Rius son Los Supermachos, uno de los casos más exitosos en la historia del cómic, desarrollado en San Garabato “tierra de machos y borrachos”, un pueblito ficticio que representa al México de los años cuarenta y cincuenta.

A través de sus personajes principales: Juan Calzonzin, un indígena tan remiso como mañoso y Don Perpetuo del Rosal, cacique del pueblo, presidente municipal, líder del PRI en la zona y miembro permanente de las cantinas, Rius plantea una mirada inquisitiva y perspicaz a los problemas del México profundo, que se convierte en una lección de historia y sociología.

Los Agachados, la otra gran historieta de Rius, junto con la revista El Chamuco y los hijos del Averno –donde participan Rius, Helguera y “El Fisgón”– son otros ejemplos imprescindibles para disfrutar la satírica y asertiva mirada de los moneros mexicanos.

El temible Libro Vaquero y los Sensacionales

Hijo predilecto de la “cultura basura”, repudiado por las élites y estandarte de la revisión kitsch, el Libro Vaquero es, probablemente, el producto más leído en México. Con tirajes de millones de ejemplares, esta historia de bolsillo llega a casi todos los rincones de México, así como a Centroamérica y al sur de Estados Unidos. Inspirado en las películas del western norteamericano, El Libro Vaquero es un historieta con dibujos de corte realista y mujeres hermosas, dirigida principalmente al género masculino que –desde su primera publicación a finales de los setenta– ha formado parte esencial de la cultura popular mexicana y forjado, en gran medida, la educación sentimental y estética de millones de ciudadanos.

“El amor siempre triunfa”, el detalle porno-soft, la erótica voluptuosidad de sus protagonistas femeninas y la caballerosidad valiente del macho mexicano son algunos de los elementos que ha dado vida a los célebres Sensacionales, publicados por empresas como Editorial Ejea, Toukan y Mango, así como a los demás títulos que complementan la colección del Libro Vaquero, editado por Nueva Impresora y Editora, la heredera de los libros populares del grupo Novedades.

Nuevos rumbos, caminos diversos

A principios de los años ochenta, las historietas que circulaban en el mercado eran pocas y las nuevas propuestas prácticamente nulas. No obstante, una de las grandes excepciones fue la serie de Karmatrón y Los Transformables, publicada semanalmente de 1986 a 1991 para, posteriormente, reeditarse en 2002.

Con tintes filosóficos y hasta esotéricos, este cómic de ciencia ficción, creado por Óscar González Loyo, retoma elementos de culturas como la maya, budista e hinduista para renovar el discurso nacionalista de sus antepasados y proponer una tira cómica más ligada al espíritu universal y a las preocupaciones del fin del milenio.

De esta manera, el joven Zacek, protagonista de la historia, tras despertar a la serpiente sagrada y convertirse en un guerrero kundalini, adquiere la facultad de convertirse en Karmatrón, un gigante de 100 metros de altura que combate a las fuerzas malignas del emperador Asura.

El vacío generado en los ochenta sólo pudo llenarse con un hecho insólito en la historia del cómic mundial: tras más de cincuenta años de salvar el mundo, Superman, el superhéroe por excelencia –estudiado por teóricos de la talla de Umberto Eco– murió en 1992 y, aunque regresó posteriormente, su muerte revitalizó la industria del cómic.

En México, empresas como Editorial Vid nuevamente importaron historietas estadounidenses, muchas traducidas al español, al tiempo que se abrieron tiendas especializadas, lo que permitió la creación de un nuevo público conformado por niños y jóvenes, avídos lectores de El Hombre-Araña o X-Men, que al crecer se interesan en dibujar historietas y renovar la industria del cómic mexicano, como una nueva fase que se alimenta no sólo del tradicional cómic estadounidense sino del manga japonés que, poco a poco, comenzaba a introducirse en el mercado mexicano.

Un precursor de esta nueva generación es Humberto Ramos, uno de los dibujantes de cómics más reconocidos en México y en el extranjero, quien ha trabajado para importantes empresas, dibujando historietas de la talla de El Sorprendente Hombre-Araña, además de ser creador del Crimson, una célebre historieta sobre vampiros.

Humberto Ramos –reconoce el manga-monero Ricardo Ruiz-Dana– tiene un papel fundamental en la historia del cómic mexicano ya que, durante mucho tiempo, fue “nuestro único caso de éxito conocido” y “gracias a él aprendimos mucho sobre el proceso de creación a nivel profesional.”

El trazo firme y maestría técnica llevaron también a Francisco Herrera hacia los emporios del entretenimiento como DC Comics, Marvel, Warner Bros o Disney, donde se dedica, principalmente, a la creación de personajes. Además, cada año publica un libro con dibujos de su autoría, entre ellos, la célebre Bubble Pink, así como Calavera y Talavera, los protagonistas de la marca de juguetes Rabia, creada por Humberto Ramos, Francisco Herrera y Jorge Juárez.

Por otro lado, con la historieta Ultrapato –basada en las aventuras de un pato que adquiere poderes mágicos– y, posteriormente, con Valiants, ambas publicadas a mediados de los noventa, Monterrey ocupó un papel preponderante en la producción del cómic independiente y su creador, Edgar Delgado, quien también ha trabajado como colorista en Marvel junto con Raúl Treviño, se consolidó como uno de los nuevos creadores del cómic mexicano.

De igual manera, es importante mencionar a Edgar Clément, autor de la novela gráfica Operación Bolívar, la cual originalmente apareció en la revista defeña Gallito Comics, bastión de los principales talentos del cómic de los noventa, entre ellos, Ricardo Peláez, José Quintero, Luis Fernando Henríquez, Erick Proaño Muciño alias “Frik”, Damián Ortega y el sui géneris Bernardo Fernández “Bef”, entre otros.

Artista del subgénero y de la fusión literaria, Bef es, ante todo, un narrador gráfico, cuya obra ha sido expuesta en espacios como el Museo de Arte Carrillo Gil. Bef es el principal impulsor y editor de Pulpo Comics, una de las principales antologías de historietas de ciencia ficción, además de ser autor de libros para niños y novelas como Tiempo de alacranes.

Sebastian Carrillo “Bachan” complementa esta serie de artistas, nacidos a principios de los setenta, sobre todo con su memorable “Bulbo”, un foco superhéroe cuya misión es vencer los obstáculos de la vida cotidiana y que, después de retirarse de las publicaciones impresas, se ha convertido en uno de los casos más exitosos del webcomic, una alternativa que permite la difusión sin la necesidad de una fuerte inversión, como la que requiere el cómic impreso, y que ofrece la oportunidad de revitalizar proyectos experimentales, como Cadáver exquisito o El Muertito Sabrosón, donde Bachan, Clément, Ramos, Quintero, Herrera y Bef, entre otros artistas del cómic, crean una historia en conjunto basados en la premisa de que “el chiste es improvisar”.

Finalmente, otras muestras significativas de la lucha del cómic independiente por sobrevivir son La Pangolina, revista con historietas de diversos estilos que conjunta el trabajo de nuevos talentos como Ricardo “Rick R-D” Ruiz-Dana, Rosalba “Miquixtli” Jaquez, Salvador “Mürdok” Heras, Eva “Minsky” López, Fernando “El Hino” Hinojosa y Juan Manuel “Juanele” Ramírez, entre otros; así como la revista temática Crónicas, en la que participan Axel Medellín, Quetzal Cárdenas y Ricardo Ruiz-Dana, la cual representa uno de los esfuerzos más significativos actuales para impulsar el cómic en la ciudad de Guadalajara.

Éstos son momentos difíciles, pero interesantes para el cómic. Si bien, la historieta en nuestro país tiene que sortear obstáculos aún más colosales como la falta de inversión, la poca apuesta a nuevos talentos y la falta de lectores, en México comienza a surgir una revalorización del cómic no sólo como producto popular sino también como un lenguaje en sí mismo, de amplias posibilidades. Jóvenes artistas buscan nuevas maneras de hacer historietas: alternativas técnicas, impresas, digitales y temáticas que dan fuerza a la definición de Bef de que el “cómic es, ante todo, narrativa gráfica, la bellísima combinación de palabras e imágenes”, un arte con el potencial de explorar los recovecos de la profundidad humana, desde las exaltadas virtudes de los superhéroes hasta los más nimios paisajes de la cotidianidad.

Eunice Hernández. Es escritora, historiadora y comunicóloga. Actualmente, está por publicar su primera novela, imparte clases en la Universidad Iberoamericana y es consultora en comunicación.

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